En una lúgubre madrugada me encontraba caminando en una calle descalza. Mi mirada contemplaba el paisaje fúnebre de la calzada; hojas decapitadas, rostros sin color; volaban y se arrastraban con una quietud que callaría al más necio, y haría gritar al más mudo de los sabios. Las esquinas estaban plagadas por cucarachas; anidando junto a botellas que los borrachos dejaban a medio acabar. Las arañas adornaban con sus redes a estos personajes. Los gusanos esperaban ansiosos; sin aguardar que se les forje lápida, emergieron en los desorientados polizones que pasaron a ser víctima de una barbarie. Ahogué cualquier exclamación, sostuve la respiración por unos segundos. No deseaba que mi presencia se notara; discretamente procedí a continuar con mi trayecto. Al intentar de salir de este sitio, el clima se volvía siniestro; el aire soplaba, y soplaba, me halaba consigo hacia ese terreno gris, hacia el reino de las ratas, en donde su princesa es una pirata. Ella mostraba un rostro pálido, una peluca descolorida, una sonrisa macabra, un garfio en la mano izquierda y una pata de palo; su vestido es ostentoso, lleno de lentejuelas, como si estuviera cubierta de espejos que reflejan la miseria ajena, excepto la de ella. En sus hombros se posaban dos aves: Un búho y un loro ciego. El primero realizaba la labor de ser sus ojos y el segundo, de ser su voz. Estas aves patrullan constantemente alrededor de su cabeza, dándole a conocer algunas anécdotas de cómo los buitres realizan su recorrido; pasan por cada árbol de cemento, en donde los humanos depositan sus almas, sus pensamientos y andanzas. Ellos se extraviaron en sus conocimientos; se extinguieron en el bosque que residía entre el cielo y el infierno. Criaturas torpes replicaba el loro. El búho objetó; aludiendo que ellos se desviaron por la falta de luz; el sol se había convirtido en un ser clandestino, se olvidó de asomarse durante siglos.
El sol fue condenado y partido en miles de pedazos, sus retazos se los encerró en varias bolas de cristal; repartiéndolos por el basto horizonte; separándolo en piezas pequeñas para que pierda su luminosidad, y así no pueda escapar con facilidad. Este fue convicto a un encierro perpetuo. Alguien rompió el sol, para que no habite en estas praderas. El sol perdió su intensidad, el cielo se tornó falto de luminosidad. Sonriendo la luna, se quedó con la eternidad. El loro pregunta ¿Quién fue capaz de encerrar al sol a tan semejante castigo? La pirata señala con su garfio a los buitres, y estos a su vez responden a una sola voz ¡pregúntale al búho! Cuando el loro le pregunta, el búho contesta: Ves aquel hombre que nos esta escuchando, pues el conoce la respuesta.
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